domingo, 2 de noviembre de 2014

Prólogo

Las noches son frías en el bosque de Sherwood. Sé que Robin de Locksley, conocido como Robin Hood, trata de hacer lo posible por que sus leales (los proscritos como nos llama el maldito príncipe Juan, justamente conocido como sin Tierra) descansemos de la mejor manera posible; pero no es fácil. Sin embargo no estoy aquí para contar mi historia ni la de Robin Hood. Ya llegaré al protagonista de mi relato, tened paciencia.

Nos hemos visto obligados a refugiarnos en Sherwood porque Nottingham ya no es una ciudad segura para los que nos oponemos a las pretensiones de Juan sin Tierra de usurpar el trono de su hermano Ricardo Corazón de León, cautivo en Austria a su regreso de las Cruzadas. El hecho de que los que nos ocultamos en Sherwood seamos sajones mientras que los que nos persiguen al mando del sheriff de Nottingham, lacayo de Juan, sean normandos, no ayuda a que la cuestión sea algo que se pueda resolver fácilmente; y mucho menos a que lo sea pacíficamente.

Francamente, no ponemos muchas esperanzas en que el retorno de Ricardo suponga una gran mejora en la situación de los sajones, pero peor que con Juan es seguro que no nos va a ir. Además, Ricardo es al fin y al cabo el legítimo rey de Inglaterra, mientras que Juan … ¿qué se puede decir de Juan sin Tierra? Es una serpiente sin escrúpulos que trata de apoderarse del trono de su hermano sin importarle los medios.

Sentado frente a una hoguera en el bosque de Sherwood no puedo evitar pensar que esta situación entre sajones y normandos que se está produciendo hoy en 1192 no deja de ser una repetición de lo sucedido en nuestras queridas tierras inglesas en 1066. Y da la casualidad que yo, Wamba el sajón, puedo dar fe de lo ocurrido en el malhadado año de 1066; el año en que los sajones supimos lo que suponía un brutal ataque normando en nuestras tierras. Algo que sufrió mi bisabuelo Hereward en sus propias carnes. Algo que contó a su hijo. Algo que su hijo transmitió palabra por palabra a su nieto. Algo que su nieto transmitió, también palabra por palabra, al bisnieto de Hereward, es decir a mí.

1066; menudo año. Tres brutales batallas en sólo unos días, en las cuales Inglaterra pasó de poder ser dominada por los noruegos, por los sajones o, como finalmente sucedió, por los normandos.

Sigo pasando frío en el campamento de Robin Hood en Sherwood, pero en realidad eso carece de importancia, porque no estoy aquí para contar mi historia. Mis compañeros de hoguera me piden que les narre la de mi bisabuelo Hereward, el hombre que trató de oponerse a la conquista de Inglaterra por los normandos de Guillermo, conocido como el Bastardo antes de 1066 y como el Conquistador después. Como dijo alguien, la historia la escriben los vencedores.

Y la historia de hoy no comienza ni con Robin Hood ni con Juan sin Tierra, ni con Guillermo el Conquistador; tampoco con mi bisabuelo Hereward que será el gran protagonista de esta narración; la historia de hoy no puede sino empezar con una mujer. Con una gran mujer, en realidad: Emma de Normandía.